En mi familia hay una constante que para mi es casi un lema: "Las casas son para vivirlas" sin solemninades ni lugares acartonados, sin muebles que no se pueden tocar, ni paredes que no pueden cambiar de color. Entonces nuestras casa son orgánicas y la mía en particular cambia a mi ritmo, y aunque ya hace más de cinco años que vivo acá varias veces tuvo que adaptarse a los avatares de mis necesidades espaciales. Este fin de semana me tocó pegarle una vuelta más, y a ella adaptarse...
Mi casa es grande y antigua. Muy grande y muy antigua. Cuando se llueve y se cae a pedazos me ofusca y sueño con departamentos diminutos que no den trabajo. Pero a veces me acompaña, le hago unos toques, unos mínimos arreglos y de golpe es tan acogedora, tan cálida y tan mía. Está llena de cosas imposibles de arreglar, pero también tiene tantos detalles lindos, cada objeto que allí habita está pensado, cada lugar tiene mi decisión y por eso me encanta. En días como hoy no me cuesta entender las pasiones que despierta y porque todos los que vienen dicen querer vivir en una casa como la mía...
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